Sunday, September 27, 2015

Votar

No sé si votaré en las proximas elecciones. Tendría primero que recobrar la fe en la democracia, la cual he perdido. Creo, más bien, que cada persona tiene la opción de ser individuo o ser masa. Yo elegí ser individuo, y eso implica tener ideas propias, que es lo contrario de comprar ideas. Porque los políticos, creo, no son más que mercaderes de ideas que ni siquiera son propias, sino las del mercado.

Esta sociedad ha llegado muy lejos en materia de elaboración. Todo, desde la tecnología hasta la política, se ha perfeccionado hasta el detalle más ínfimo; las ideas también, así como las técnicas para venderlas: eso que llaman retórica, y eso otro que llaman propaganda, medios audiovisuales, maquinaria del convencimiento. 

Es una sociedad, esta, hecha para las masas (léase, consumidores). Y yo, que me niego, hasta donde me es posible, a ser masa, me niego también a comprar ideas fabricadas por la industria del pensamiento.

Votar sería unirme a un juego con cuyas reglas no estoy de acuerdo. Decido pues apartarme, no jugar, contemplar el partido desde lo lejos, divertirme con él como hace la audiencia en un estadio de fútbol, pero sin apostar, sin emocionarme, y sin amargarme la vida. Admirarme, eso sí, de cuan capaz es la sociedad moderna en materia de manipulación. 

No os incito a la abstención, valga aclararlo. Si habéis elegido ser masa, enhorabuena; después de todo, esta sociedad os necesita masificados ya que esa, la masa, consituye su propia esencia. 

En verdad os digo que la democracia es una ilusión muy bella; no la perdáis, porque de ella dependemos para subsistir. Yo la he perdido pero eso no cuenta: ahí estáis vosotros (todos los "otros") para compensar la pérdida. 

El tiempo perdido

En mi época —hace veinte años—, uno de mis pasatiempos favoritos era el cine. No tenía coche ni dinero pero la sala teatro no quedaba lejos ni era caro, asi que compraba el periódico para buscar los estrenos de la semana en la llamada "cartelera" y una vez elegido el titulo, me iba caminando al teatro y la pasaba muy bien. 

¿Por qué he perdido esa costumbre? ¿La he reemplazado acaso por la televisión o por los DVDs (ahora en "blue ray")? No, pues tampoco veo televisión y cada vez menos DVDs (¡mucho menos en "blue ray"!). Simplemente, no me gustan las películas de ahora: me molesta su exceso de violencia visual y su lenguaje más televisivo que cinematográfico. 

La televisión, dicho sea de paso, me parece vulgar. Venga de donde venga, porque en estos tiempos de interconexión todos los canales repiten las mismas escasas noticias contadas de las misma probadas maneras, y cuando son shows (comedias, seriales o novelones) no hay gran diferencia entre unos y otros como no sea en el idioma. 

En cierta etapa (intermedia entre el antes y el después), la Internet fue mi salvación; pero de Face Book para acá, esta se ha convertido en el hipnótico predilecto de los idio-nautas. Cada vez me sorprendo menos al ver a gentes idiotizadas frente a un laptop o un teléfono celular, cual si quisieran escapar del mundo por la pantalla y conectarse con ese otro mundo virtual colectivo donde la individualidad se pierde disuelta en una especie de conciencia colectiva al estilo "borg".

Los "borg" (Star Trek Next Generation) son, por cierto, un retrato acertadísimo de la sociedad postmoderna: Seres mitad orgánico, mitad tecnológico, cada cual una célula de la conciencia global colectiva. A mayor conexión, menor individualidad.

Y es por todo eso que no voy al cine ni leo periódicos ni veo televisión. La individualidad que defiendo a neuronas cerradas es herejía —lo sé— y por eso me refugio en un tiempo que ya no existe, uno donde mi curiosidad se premiaba con el sentido que el mundo tenía entonces para mi. A ese tiempo —perdido— he decidido marcharme y no regresar jamás. 


Friday, July 10, 2015

La vida del pordiocero


La vida del pordiocero, esa quiero vivir. Porque la calle, al precio de la inclemencia y del hambre y del calor o el frio, de la mirada lastimera y el desprecio de la gente, aun con todo eso, representa liberacion. El pordiocero ha escapado de la sociedad, ya no es parte de lo que todos forman parte; es el mismo, absolutamente individuo, hombre (no masa), es dueno y senor de su propio ser. Es libre, y es autentico.


Saturday, July 4, 2015

Juegos de guerra


De niño, jugaba con espadas plásticas y escopetas de corcho. "¡Te maté, te maté!", gritaba a mis "víctimas", e igualmente estaba dispuesto a "morir", solo era un juego. Lo aprendi en la tele, en las películas de Robin Hood, en los episodios de los mambises; lo seguí aprendiendo en los libros —las mil y una noches, los tres mosqueteros— en la escuela, en la Historia. En eso crecí y en eso crecieron casi todos los niños de mi generación y de las anteriores, de las actuales y muy probablemente de las venideras.

De modo que matar —o, al menos, que alguien mate por nosotros— no es ajeno a nuestra percepción ni tampoco lo es a nuestro sentido más intuitivo de la justicia. Solo que existe esa otra justicia, la institucional, que no nos dejará matar —ni morir— a nuestro antojo.

¡Pero la guerra...! Cuando las tropas avanzan sobre el enemigo volvemos a sentir esa emoción que ya forma parte de nuestros instintos adquiridos: la devoción por los héroes. Los volvemos a ver en la tele pero ahora son reales, como en un "reality show", ¿no es cierto que quisieras estar allí y tomar parte de la accion?

En la guerra no hay policías; nadie te impedirá portar un arma, la más destructiva y letal que la tecnología ha podido concebir. La podrás disparar contra gente que ni siquiera conoces; es más, te pedirán que lo hagas, o peor: si te niegas a hacerlo te castigarán por cobarde o te llevarán a la cárcel por desertor. En la guerra podrás constatar lo que has aprendido durante toda tu vida: que matar —o que te maten— es un acto legítimo.

Antes de comenzar a escribir estas líneas me decía que para ir a una guerra hay que estar enajenado, fuera de sí. Ahora veo que es cierto: y lo estamos, desde niños, desde aquellos tiempos en que gritábamos "¡Te maté, te maté!", abatiendo amiguitos con proyectiles de corcho.

Wednesday, July 1, 2015

La Historia segun Karuko


Y ahora voy a fantasear un poco. Me imagino a un tal Karuko que vive en el año 3008 y un buen día le da por echarle un vistazo a la Historia. No quiere entrar en detalles, tan solo darse cuenta de cómo ha sido el camino de la civilización desde los comienzos hasta su tiempo allá por el siglo XXXI.

Comienza Karuko por aprender que todo nuestro tiempo, desde los Sumerios (4500 A.C.) hasta el siglo XXIV conforman una misma era llamada "Era de la Barbarie". El nombre es bastante peyorativo, pero nos lo hemos ganado por nuestra tendencia a hacernos la guerra cada vez que nos dan un chance. Pero lo más interesante para Karuko no es la violencia sino la economía.

En esta era, la economía se basa en el concepto del "valor". Primero fueron cabras, luego oro, después papel representando oro, más tarde papel a secas y finalmente, cuentas de computadoras. En esencia, siempre lo mismo: un medio para representar el "valor", fundado en la premisa de que los bienes han de distribuirse atendiendo a "su valor".

A Karuko no le sorprende que los "bárbaros" fuéramos gente violenta. Nos imagina preocupados todo el tiempo por conseguir dinero, único medio para obtener las "cosas". Ensimismados —nos imagina—, con muy poco sentido de la responsabilidad colectiva, más preocupados por adquirir objetos que por producirlos. Producimos, sí, pero nuestra motivación real está en la obtención del dinero, no en la producción en sí.

En este sentido, no advierte grandes diferencias entre un período y otro, hasta que se detiene en un tópico que sí le parece interesante: el período Capitalista.

En este período, el "valor" se separa completamente de la producción. Con un simple comando de computadora, una persona puede mover una suma monetaria equivalentes a la producción total de un país, y son estos simples movimientos los que dominan la vida económica de la civilización con independencia total de la producción supuestamente asociada a ella.

Lo que más sorprende a Karuko es que, en lugar de depender el dinero de la producción, es esta la que depende del movimiento del dinero. Un simple efecto psicológico puede hacer bajar, de un día para otro, el "valor" de toda una industria, al punto de obligarla a cerrar sus puertas y dejar de producir bienes tangibles. Es lo que llaman "capital financiero".

El período Capitalista le interesa porque es un tiempo explosivo, definitorio y concluyente, como el final de un maratón o la ovación tras un largo discurso. En este período, la gente está confiada; siguen siendo bárbaros pero se sienten dioses. La variedad se hace explosiva, tanto, que la ilusión de abundancia impide vislumbrar un fin a lo que todos perciben como movimiento en ascenso. En conjunto, la sociedad se comporta como una partícula próxima a alcanzar la velocidad de la luz. El presente se confunde con el pasado: hay mezcla de estilos, de culturas, de religiones, de pensamiento; hay interés por todo y una masividad febril. Pareciera que la humanidad entera se encontrara de fiesta celebrándose a sí misma.

Es el clímax, el período de explendor de la Era Barbárica, el breve lapso en que se maximizan, como en un orgasmo, todas las potencialidades de una época para declinar final y abruptamente una vez devorados en su propio frenesí.

Karuko termina simpatizando con estos seres ingenuos que vivieron mil años antes que él. Siente ganas de viajar en el tiempo para conocerlos, pero presiente que no sería fructifero. ¿Cómo explicarles que las cosas no tienen valor sino utilidad, que la violencia cesará y que una vez curada la prisa, no hará falta tener relojes?

Nunca nos conocerá. La distancia entre Karuko y nosotros es inconmensurable en el tiempo pero mucho más, en el espíritu. Además, con toda nuestra tecnología, nunca pudimos inventar la máquina del tiempo.

Los tiempos cambian


Los tiempos cambian. Hoy tenemos más automóviles y más accidentes, más industrias y más polución, más comunicación y menos privacidad, más opciones y menos tranquilidad. Los tiempos cambian, pero no son mejores sino, simplemente, diferentes.

La evolución y el desarrollo son, en general, un gran mal entendido: las cosas no "mejoran", solo cambian; el "para bien" (o "para mal") lo ponemos nosotros los humanos y eso es tan relativo que ni siquiera hay consenso sobre qué es mejor y qué es peor. La naturaleza misma no tiene criterio ni plan ni rumbo, pero la gente común no distingue entre la mejoría y el simple cambio, para ellos lo diferente es ya suficientemente bueno. Los jovenes en particular subestiman el pasado. ¿Cómo se podía vivir sin Internet? —se cuestionan. Igual que ahora sin vacaciones en Marte —me figuro yo!

Y si que hemos cambiado... tenemos más libertad y menos tiempo, más respuestas y menos preguntas, más "power points" y menos canciones de cuna. Tenemos un mundo cada vez más cambiante. Tal vez un día deje de cambiar, porque si todo cambia, entonces el hecho mismo de cambiar tampoco podrá durar eternamente.

Thursday, June 25, 2015

Roma no se hizo en un día... ni Miami, tampoco


En tiempos muy antiguos la península itálica estuvo habitada por tribus bárbaras, principalmente latinos y sabinos, los cuales llegaron a fundar ciudades-estado de importancia como Alba Longa y luego, Roma, cuyos primeros habitantes fueron precisamente albaloguenses.

Miami no se queda atrás. En tiempos, no tan antiguos como los de Roma pero lejanos, sí, en nuestra memoria, esta península estuvo habitada por nativos rubios de ojos azules. Las primeras oleadas extranjeras, los miami-bishenses, escogieron la costa oriental por asentamiento produciendo un desplazamiento casi abrupto de los nativos hacia el norte. Aún en nuestros dias pueden verse algunos rubios que no alcanzaron a escapar de la invacion.

Y los miami-bishenses no fueron los únicos. Diferentes oleadas dieron lugar a diferentes civilizaciones como la de los kendaleses, en Kendal, muchísimo más al sur, donde el tráfico es intenso pero el silencio ambiental es apreciable producto de la lejanía del aeropuerto. En la zona central prosperaron los coralgableses, reconocibles por su nariz estirada y la rápida adopción del dialecto autóctono de la península, el spanglish, que en lengua coralgablés antigua se pronuncia: "ingleñol".

Los años han seguido transcurriendo y el espectro peninsular no ha dejado de enriquecerse con nuevas oleadas procedentes mayormente del Sur, como los antisandinos, los antichavinos entre otros antis ricos que han venido a estas tierras en busca de riqueza, condición que suele llamársele, en lengua autóctona, "perseguido político".

Con este mismo vocablo nativo se adjetiva la tribu de los anticastros, asentada principalmente en la localidad de Hialeah donde, lamentablemente, no han logrado conformarse como nación dado su precario estadío de civilidad. A los anticastros se les puede ver también en otras regiones de la península, notoriamente en Calle Ocho donde las autoridades toleran sus ritos tribales, como carnavales, protestas y actos de repudio.

De repetirse la hazaña romana en Miami, los salvajes, que ya han adquirido algún (alguito) sentido de civilidad, habrían de fundar una nueva ciudad la cual terminaría devorando a sus vecinas para expandirse luego por toda la península hasta Talahasse y de ahí, al resto del continente.

Parece poco probable si nos imaginamos a estos invasores armando un ejército de flechas y catapultas. Pero los tiempos han cambiado; hoy en día no se arma un imperio a punta de lanza sino de cortadito y tamal en cazuela. Cada rubio empinado de un vaso blanco repleto de café cubano es una conquista; cada Publix vendiendo dulce de guayaba en barra, un castillo en cuyas torres ondean ya las banderas del naciente imperio.

La historia de Roma sí puede, pues, repetirse en esta otra península. Un día la llamaremos Banania, instauraremos el Spanglish como lengua oficial y ya para entonces la sumatoria de todas nuestras inculturas habrá dado personalidad al naciente imperio de la rumba y el desorden.

Derogaremos la aburrida democracia para instaurar nuestra doctrina predilecta, esa donde nos sentimos verdaderamente cómodos, que es la total anarquía... ¡Y que viva la Pepa!