Saturday, July 4, 2015

Juegos de guerra


De niño, jugaba con espadas plásticas y escopetas de corcho. "¡Te maté, te maté!", gritaba a mis "víctimas", e igualmente estaba dispuesto a "morir", solo era un juego. Lo aprendi en la tele, en las películas de Robin Hood, en los episodios de los mambises; lo seguí aprendiendo en los libros —las mil y una noches, los tres mosqueteros— en la escuela, en la Historia. En eso crecí y en eso crecieron casi todos los niños de mi generación y de las anteriores, de las actuales y muy probablemente de las venideras.

De modo que matar —o, al menos, que alguien mate por nosotros— no es ajeno a nuestra percepción ni tampoco lo es a nuestro sentido más intuitivo de la justicia. Solo que existe esa otra justicia, la institucional, que no nos dejará matar —ni morir— a nuestro antojo.

¡Pero la guerra...! Cuando las tropas avanzan sobre el enemigo volvemos a sentir esa emoción que ya forma parte de nuestros instintos adquiridos: la devoción por los héroes. Los volvemos a ver en la tele pero ahora son reales, como en un "reality show", ¿no es cierto que quisieras estar allí y tomar parte de la accion?

En la guerra no hay policías; nadie te impedirá portar un arma, la más destructiva y letal que la tecnología ha podido concebir. La podrás disparar contra gente que ni siquiera conoces; es más, te pedirán que lo hagas, o peor: si te niegas a hacerlo te castigarán por cobarde o te llevarán a la cárcel por desertor. En la guerra podrás constatar lo que has aprendido durante toda tu vida: que matar —o que te maten— es un acto legítimo.

Antes de comenzar a escribir estas líneas me decía que para ir a una guerra hay que estar enajenado, fuera de sí. Ahora veo que es cierto: y lo estamos, desde niños, desde aquellos tiempos en que gritábamos "¡Te maté, te maté!", abatiendo amiguitos con proyectiles de corcho.

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