Friday, July 10, 2015

La vida del pordiocero


La vida del pordiocero, esa quiero vivir. Porque la calle, al precio de la inclemencia y del hambre y del calor o el frio, de la mirada lastimera y el desprecio de la gente, aun con todo eso, representa liberacion. El pordiocero ha escapado de la sociedad, ya no es parte de lo que todos forman parte; es el mismo, absolutamente individuo, hombre (no masa), es dueno y senor de su propio ser. Es libre, y es autentico.


Saturday, July 4, 2015

Juegos de guerra


De niño, jugaba con espadas plásticas y escopetas de corcho. "¡Te maté, te maté!", gritaba a mis "víctimas", e igualmente estaba dispuesto a "morir", solo era un juego. Lo aprendi en la tele, en las películas de Robin Hood, en los episodios de los mambises; lo seguí aprendiendo en los libros —las mil y una noches, los tres mosqueteros— en la escuela, en la Historia. En eso crecí y en eso crecieron casi todos los niños de mi generación y de las anteriores, de las actuales y muy probablemente de las venideras.

De modo que matar —o, al menos, que alguien mate por nosotros— no es ajeno a nuestra percepción ni tampoco lo es a nuestro sentido más intuitivo de la justicia. Solo que existe esa otra justicia, la institucional, que no nos dejará matar —ni morir— a nuestro antojo.

¡Pero la guerra...! Cuando las tropas avanzan sobre el enemigo volvemos a sentir esa emoción que ya forma parte de nuestros instintos adquiridos: la devoción por los héroes. Los volvemos a ver en la tele pero ahora son reales, como en un "reality show", ¿no es cierto que quisieras estar allí y tomar parte de la accion?

En la guerra no hay policías; nadie te impedirá portar un arma, la más destructiva y letal que la tecnología ha podido concebir. La podrás disparar contra gente que ni siquiera conoces; es más, te pedirán que lo hagas, o peor: si te niegas a hacerlo te castigarán por cobarde o te llevarán a la cárcel por desertor. En la guerra podrás constatar lo que has aprendido durante toda tu vida: que matar —o que te maten— es un acto legítimo.

Antes de comenzar a escribir estas líneas me decía que para ir a una guerra hay que estar enajenado, fuera de sí. Ahora veo que es cierto: y lo estamos, desde niños, desde aquellos tiempos en que gritábamos "¡Te maté, te maté!", abatiendo amiguitos con proyectiles de corcho.

Wednesday, July 1, 2015

La Historia segun Karuko


Y ahora voy a fantasear un poco. Me imagino a un tal Karuko que vive en el año 3008 y un buen día le da por echarle un vistazo a la Historia. No quiere entrar en detalles, tan solo darse cuenta de cómo ha sido el camino de la civilización desde los comienzos hasta su tiempo allá por el siglo XXXI.

Comienza Karuko por aprender que todo nuestro tiempo, desde los Sumerios (4500 A.C.) hasta el siglo XXIV conforman una misma era llamada "Era de la Barbarie". El nombre es bastante peyorativo, pero nos lo hemos ganado por nuestra tendencia a hacernos la guerra cada vez que nos dan un chance. Pero lo más interesante para Karuko no es la violencia sino la economía.

En esta era, la economía se basa en el concepto del "valor". Primero fueron cabras, luego oro, después papel representando oro, más tarde papel a secas y finalmente, cuentas de computadoras. En esencia, siempre lo mismo: un medio para representar el "valor", fundado en la premisa de que los bienes han de distribuirse atendiendo a "su valor".

A Karuko no le sorprende que los "bárbaros" fuéramos gente violenta. Nos imagina preocupados todo el tiempo por conseguir dinero, único medio para obtener las "cosas". Ensimismados —nos imagina—, con muy poco sentido de la responsabilidad colectiva, más preocupados por adquirir objetos que por producirlos. Producimos, sí, pero nuestra motivación real está en la obtención del dinero, no en la producción en sí.

En este sentido, no advierte grandes diferencias entre un período y otro, hasta que se detiene en un tópico que sí le parece interesante: el período Capitalista.

En este período, el "valor" se separa completamente de la producción. Con un simple comando de computadora, una persona puede mover una suma monetaria equivalentes a la producción total de un país, y son estos simples movimientos los que dominan la vida económica de la civilización con independencia total de la producción supuestamente asociada a ella.

Lo que más sorprende a Karuko es que, en lugar de depender el dinero de la producción, es esta la que depende del movimiento del dinero. Un simple efecto psicológico puede hacer bajar, de un día para otro, el "valor" de toda una industria, al punto de obligarla a cerrar sus puertas y dejar de producir bienes tangibles. Es lo que llaman "capital financiero".

El período Capitalista le interesa porque es un tiempo explosivo, definitorio y concluyente, como el final de un maratón o la ovación tras un largo discurso. En este período, la gente está confiada; siguen siendo bárbaros pero se sienten dioses. La variedad se hace explosiva, tanto, que la ilusión de abundancia impide vislumbrar un fin a lo que todos perciben como movimiento en ascenso. En conjunto, la sociedad se comporta como una partícula próxima a alcanzar la velocidad de la luz. El presente se confunde con el pasado: hay mezcla de estilos, de culturas, de religiones, de pensamiento; hay interés por todo y una masividad febril. Pareciera que la humanidad entera se encontrara de fiesta celebrándose a sí misma.

Es el clímax, el período de explendor de la Era Barbárica, el breve lapso en que se maximizan, como en un orgasmo, todas las potencialidades de una época para declinar final y abruptamente una vez devorados en su propio frenesí.

Karuko termina simpatizando con estos seres ingenuos que vivieron mil años antes que él. Siente ganas de viajar en el tiempo para conocerlos, pero presiente que no sería fructifero. ¿Cómo explicarles que las cosas no tienen valor sino utilidad, que la violencia cesará y que una vez curada la prisa, no hará falta tener relojes?

Nunca nos conocerá. La distancia entre Karuko y nosotros es inconmensurable en el tiempo pero mucho más, en el espíritu. Además, con toda nuestra tecnología, nunca pudimos inventar la máquina del tiempo.

Los tiempos cambian


Los tiempos cambian. Hoy tenemos más automóviles y más accidentes, más industrias y más polución, más comunicación y menos privacidad, más opciones y menos tranquilidad. Los tiempos cambian, pero no son mejores sino, simplemente, diferentes.

La evolución y el desarrollo son, en general, un gran mal entendido: las cosas no "mejoran", solo cambian; el "para bien" (o "para mal") lo ponemos nosotros los humanos y eso es tan relativo que ni siquiera hay consenso sobre qué es mejor y qué es peor. La naturaleza misma no tiene criterio ni plan ni rumbo, pero la gente común no distingue entre la mejoría y el simple cambio, para ellos lo diferente es ya suficientemente bueno. Los jovenes en particular subestiman el pasado. ¿Cómo se podía vivir sin Internet? —se cuestionan. Igual que ahora sin vacaciones en Marte —me figuro yo!

Y si que hemos cambiado... tenemos más libertad y menos tiempo, más respuestas y menos preguntas, más "power points" y menos canciones de cuna. Tenemos un mundo cada vez más cambiante. Tal vez un día deje de cambiar, porque si todo cambia, entonces el hecho mismo de cambiar tampoco podrá durar eternamente.