Nuevamente se miró al espejo. "Sigo siendo bella", admitió; y acto seguido desvistió su mano izquierda, hasta entonces enfundada en blanco guante de ceda; otro tanto hizo con su mano derecha.
Lo mismo, con sus pies, descalzándolos primero y retirando luego las imperceptibles medias de hilo. Siguió la sayuela y tras ella, las bragas. Finalmente alzó la elegante saya y depositando sus nalgas sobre el retrete, orinó a sus anchas lo mismo que una sirvienta.